viernes, 19 de agosto de 2011

La toma de decisiones y el poder de lo aleatorio

Una de las cosas que más cansa mentalmente es tomar decisiones.

Existen libros y cursos que nos preparan para tomar decisiones de manera sistemática.

Tal vez haya menos cursos que enseñen una técnica válida para adecuar la manera en la que tomamos decisiones a la importancia de las decisiones que debemos tomar.

No son del mismo calibre las diferentes cuestiones:
  • ¿En qué empresa debo invertir mi dinero?
  • ¿Qué quiero hacer con el resto de mi vida?
  • ¿Qué película de mi videoteca me apetece ver?
  • ¿Me apetece más un helado de limón o pistacho?
  • ¿Qué libro leeré a contiuación?
  • ¿Dónde vamos de vacaciones?
  • ¿Qué nombre le pongo a mi empresa?
  • ¿Qué nombre le pongo a un sistema informático de uso interno?
Y por lo tanto tampoco debería ser siempre igual la manera que tomamos decisiones.

En mi caso, lo más importante ante una situación que requiere decisión es valorar los siguientes aspectos:
  • ¿cuánto tiempo es razonable dedicar a tomar una decisión acertada? ¿Vale la pena pasar 30 minutos decidiendo cuál es la película ideal para verla en este momento?
  • ¿De la decisión depende mi felicidad existencial o mi éxito profesional? ¿Es vital para mantener mi empresa por delante de la competencia? ¿Existe riesgo de ser profunda e irreversiblemente infeliz si me equivoco?
  • ¿Si dedico un tiempo a evaluar las alternativas es razonable pensar que lograré tomar una mejor decisión porque existe algún dato que pueda buscar o generar para mejorar el resultado? En el caso de decidir si invertir o no en una empresa es obvio que sí.
  • ¿Existe realmente una solución mejor que otra? Entre dos sabores de helado que me gusten ¿existe uno mejor que otro en un momento dado?
Llámame superficial pero tengo la sensación de que la gran mayoría de decisiones a las que me enfrento caen en uno los apartados descritos a continuación:
  • Realmente no me importa el resultado.
  • Ninguna solución es mejor que la otra ya que depende de mí, hacer buena cualquiera de las opciones.
  • No vale la pena invertir un minuto en buscar argumentos a favor de una u otra solución porque, aunque no sea consciente sí tengo un feeling de por dónde va a ir la solución.
Dos ejemplos.
Cuando el motivo del viaje es hacer unas vacaciones o una escapada lo único que suelo tener claro son unas fechas aproximadas y un presupuesto. En cambio el destino me puede llegar a dar completamente igual. Si es de frío, ya me abrigaré y si es de calor, me llevaré el bikini.
Siempre he pensado que me gustaría encontrar una web de billetes de avión a la que le dijeras unas fechas y un presupuesto máximo y te sugieriera un vuelo a una ciudad cualquiera.


En mi vida profesional frecuentemente me he encontrado en situaciones en las que un tema tratado en comité peligraba con eternizarse debido a que no era realmente posible encontrar argumentos objetivos que favorecieran una decisión u otra ya que, por un lado, la cuestión en sí no era relevante para la competitividad de la empresa y por otro lado todas las opciones eran neutrales en tiempo, calidad y coste.
Cuando una decisión cae en uno de los supuestos anteriores existen maneras "express" que ayudan a tomar una decisión:
Herrería Estancia San Gregorio. Chile
  • Tirar una moneda (cuando las opciones son dos)
  • Hacer unos papeles y "sortear" el resultado
  • Tirar un dado
  • Elegir las opciones por orden alfabético o cualquier otro que pudiera a uno ocurrírsele
Es tan simple que da casi vergüenza. Lo más importante cuando se hace este tipo de ejercicio es ser flexible y darse licencia para elegir la opción contraria.

Esta incoherencia es absolutamente sana ya que es sorprendente lo que se aclara la mente cuando uno se ve ante una única opción.
Es decir que cuando la moneda ha dicho que tomarás helado de fresa, el cuerpo ve claro que te apetece más el de limón.

El año pasado, hartos de estudiar durante días y horas posibles destinos de vacaciones fantaseando sobre mapas y consultando por internet posibilidades concretas, llegamos a la siguiente dinámica: Hicimos dos papelitos, en uno decía mar y en el otro montaña e hicimos un sorteo. Luego la cuestión fue: España o fuera e hicimos un sorteo. De esta manera tan pedestre llegamos a organizar unas vacaciones estupendas en el Pirineo Aragonés. En esta ocasión seguimos al pie de la letra lo que iba saliendo.

Estancia San Gregorio junto al Estrecho de Magallanes
Esto no fue así en nuestro viaje a Argentina el otoño pasado. Teníamos un objetivo: recorrer la ruta 40 y  un itinerario pensado. De repente el que nos alquiló el coche en Río Gallegos nos dijo que para qué íbamos a recorrer el primer trozo árido y seco de la ruta 40 pudiendo desviarnos un poco al sur, recorrer el estrecho de Magallanes y visitar Punta Arenas. ¡Gran dilema! Seguir el plan o ver la oportunidad y traicionar el objetivo principal.  Tiramos una moneda y salió seguir la ruta 40 atravesando el secarral desértico.
En ese preciso instante vimos claro que, pese a que el viaje era seguir la mítica ruta 40 y no estábamos seguros de si habría otro tramo igual de árido y especial, nos iba a dar pena haber ido hasta allí y no ver el estrecho de Magallanes. Así que pasamos olímpicamente de la moneda e hicimos lo que nos pedía el cuerpo.

Hay veces que no merece la pena pensar y pensar y lo mejor es mirar si tienes una moneda en el bolsillo y luego hacer caso a nuestro instinto.

No hay comentarios: